La Celac

La Celac y la integración latinoamericana y caribeña





La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) representa un esfuerzo de integración política superior en América Latina y el Caribe, que surgió impulsado por el liderazgo de las dos potencias regionales, México y Brasil. Ante las dificultades para  articular la diversidad, emerge una voluntad política renovada  en torno de la integración y, en especial, de un nuevo regionalismo. Los trabajos que desarrollen Chile durante este año, Cuba en 2013 y Costa Rica en 2014 serán determinantes para el éxito de esta nueva y pujante iniciativa de integración política latinoamericana y caribeña


 La integración es un camino para posibilitar que mejoren las con­diciones de la inserción internacio­nal, para ampliar y consolidar el de­sarrollo otorgándole sustentabilidad –y a la vez mejorar el bienestar de la población– y para afianzar la estabi­lidad y la paz. Esto significa que la integración debe constituirse en un proyecto político estratégico, y la base esencial para ello es pensar y sentir de manera compartida, para construir una voz común en áreas sustantivas que permitan alcanzar las metas antes señaladas.  Este proyecto político estratégico1 pro­movido por los procesos de integra­ción resulta necesario en tiempos de globalización. La globalización es el factor que mayor incidencia tiene en el sistema internacional, el elemento crucial en las relaciones de poder mundial, con excepción del poder militar. El peso de las variables externas es cada vez mayor en la política interna; de allí la importancia de generar visiones, orientaciones y coordinaciones sobre este conjunto de temas que se ven acelerados con los cambios globales.

Hasta el momento, la región ha demostrado ser incapaz de plantear un proyecto político estratégico que le permita presentarse como actor importante y unido en el escenario internacional. La fragmentación que evidencia América Latina y el Caribe tiene consecuencias negativas, particularmente porque la hace más vulnerable al impacto de la globalización, le impide percibir los frutos de los aspectos positivos y abre mayores espacios para el influjo del «lado oscuro» de la globalización. En síntesis, aumentan los costos de transacción para todos, independientemente del tipo de proyecto político nacional que se impulse.
Durante los últimos años se desarrollaron en América Latina y el Caribe iniciativas y acuerdos significativos que podrían contribuir a generar un mejor clima para esos procesos, abriendo oportunidades de cooperación recíproca y generando espacios de beneficios mutuos.

Existe cierto consenso en que América Latina y el Caribe apunta hacia la constitución de una nueva forma de regionalismo e integración2, en el marco de la cual priman los aspectos políticos sobre los comerciales y la cuestión de la soberanía ha adquirido especial importancia. A esta tendencia, que es más evidente en los países sudamericanos, se debe sumar el hecho de que los nuevos instrumentos creados por este tipo de regionalismo, como por ejemplo la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (alba), reivindican, en el primer caso, los esfuerzos puramente suramericanos, y en ambos, la identidad regional. En los países centroamericanos y México, donde los vínculos con Estados Unidos son más estrechos y continúan dándose en condiciones de poder desiguales, los proyectos de integración regional no han adquirido ese fuerte componente político, por lo que sigue siendo el componente principal el comercial. Los esfuerzos en este ámbito desarrollados desde el Mecanismo de Diálogo y Concertación de Tuxtla no son comparables a los desarrollados desde la Unasur y el alba. La importancia de privilegiar la dimensión política y de cooperación de los procesos de integración debe ser enfatizada. La integración como objetivo histórico no puede y no debe ser equiparada con los procesos de apertura comercial. De hecho, esta apertura tiene sentido y adquiere gravitación si viene acompañada de procesos de armonización y articulación regional crecientes, basados en un efectivo diálogo político, sustentados en una adecuada normativa y acompañados por una mínima estructura institucional, para afianzar el proceso.

El tránsito desde la soberanía tradicional a una de carácter agregado, producto de la asociación, es aún lento. Los tiempos de construcción de acuerdos vinculantes y de marcos institucionales de complementación y asociación efectivos son prolongados. En la actualidad, los procesos integradores sufren de un déficit de certidumbre respecto a la aplicación de los acuerdos adoptados. Estos, incluso siendo vinculantes, no se cumplen.

El surgimiento de esta nueva forma de regionalismo, si bien tiene un claro énfasis regional, al mismo tiempo pareciera apuntar a la promoción a escala global del desarrollo de un multilateralismo cooperativo. Bajo esta nueva lógica se desarrollan los esfuerzos en torno de la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) como forma de potenciar el propio regionalismo latinoamericano que logre concertación y cooperación intrarregión, pero que además posicione a América Latina y el Caribe como actor político global.

Camino a la conformación de una comunidad de Estados latinoamericanos y caribeños

Si bien la idea de crear una organización de Estados latinoamericanos y caribeños no es nueva, su necesidad ha sido señalada por numerosos líderes de la región y fue estudiada por el Grupo de Río. La creación de la Celac se desprendió principalmente de los esfuerzos concretos de dos de los actores de mayor peso en la región: México y Brasil.

La propuesta de México. En la Cumbre de Turkeyen del Grupo de Río en 2007, el presidente de México, Felipe Calderón, expresó su interés en constituir una comunidad de naciones latinoamericanas y caribeñas. En 2008, el gobierno mexicano manifestó oficialmente su interés por conformar una Unión Latinoamericana y del Caribe (ulc), en el marco de las reuniones de los coordinadores de trabajo del Grupo de Río, y lo ratificó en 20093.
Los principios que orientarían las acciones de la ulc, siguiendo lo establecido en la Declaración de Salvador de Bahía eran: solidaridad, flexibilidad, pluralidad, diversidad, complementariedad de acciones, participación voluntaria en las iniciativas. Estos principios se enmarcaron en la búsqueda de un desarrollo regional integrado, no excluyente y equitativo. De igual forma, se hacían votos por la formación de un orden internacional más justo, equitativo y armónico, así como por el aseguramiento de la igualdad soberana de los Estados y el respeto a la integridad territorial y la no intervención. Todo esto, englobado en la promoción de la democracia, los derechos humanos, la transparencia y la representatividad.
La pretensión era que el nuevo foro se constituyera en un espacio de diálogo y concertación política a partir de las seis funciones que desempeña el Grupo de Río: a) diálogo y concertación política; b) interlocución con otros actores; c) concertación de posiciones comunes en foros internacionales; d) impulso a la agenda latinoamericana y caribeña en foros globales; e) posicionamiento de América Latina y el Caribe ante acontecimientos relevantes y f) convergencia de mecanismos subregionales de integración.


La propuesta brasileña. La iniciativa brasileña se materializó mediante la realización de la primera Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo (calc), por impulso del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva. La realización de esta cumbre se enmarcó en la búsqueda de una mayor autonomía de América Latina y el Caribe, luego de décadas de «olvido» por parte de eeuu y en un contexto en el que surgen nuevos actores globales, entre ellos Brasil. Al igual que otras economías emergentes, Brasil está buscando alcanzar una mayor incidencia en los organismos multilaterales y en la política internacional. Para ello requiere de un contexto regional estable, por lo que ha procurado un mayor desarrollo socioeconómico de sus vecinos. De esta manera, los brasileños han venido cambiado su relación con la región, especialmente con América del Sur, no solo en términos de una mayor interdependencia económica, sino también de mayor responsabilidad política4. De ahí su liderazgo en la creación de la Unasur y en la convocatoria a las calc y su apoyo decidido a la constitución de la Celac. 

0 comentarios:

Publicar un comentario